Una muralla
Es noche cerrada, un viento cada vez más fuerte mueve las ramas de los árboles. Se tapa los oídos para no escuchar.
Pero de pronto, un relámpago ilumina el cielo. Cierra los ojos para no ver las sombras que lo amenazan, a pesar del frio transpira. Cuando escucha un trueno y comienza a llover torrencialmente.
Le falta el aire, siente que una puntada en la mitad del cuerpo, le libera una humedad tibiaque corre por sus piernas…
Y Javier despierta.
Respira agitado. ¡Otra vez ese maldito sueño!, hace años que no lo deja en paz. Está más cansado que cuando se acostó.
En la cocina, su madre, apurada, le sirve el desayuno.
Lo toma en silencio, la cabeza gacha, sin haber podido dejar aquel sueño en la almohada. Mientras, supone que ella debe pensar que su hijo siempre fue un chico extraño, distante, al que no se le ocurrió tratar de entender; quizá crea que algún día cambiará.
Hoy, como cada vez que sufre aquel sueño, lo separa el muro que se levanta entre los dos. Igual que aquella vez, sintió que su madre lo arrojaba de sus propias entrañas. Nunca pudo contarle su angustia. Le hubiera gustado pero siempre fue inútil intentar abrazarla, sus brazos no lo obedecían, ignorándolo, permanecían inertes al costado del cuerpo.
La observa lavar las tazas y salir de prisa. Contesta el saludo, pero no puede seguirla, está clavado allí, frente a ese muro.
Y es un nene de cinco años, en una de esas dos casas por cuadra. en Gral Rodríguez Su mamá, está nerviosa, más que de costumbre, ¿por qué se enojó?. Abre la puerta y lo echa afuera . Es muy tarde, no hay nadie en la calle, de tierra, detrás de los pastos altos… Se siente perdido en esa oscuridad, frente a la puerta.
El invierno se ensaña con su pequeño cuerpo, que no sólo ttiembla de frio. Pegado al suelo lo ahogan sus propias lágrimas. El viento agita las ramas de los árboles, y ve garras que quieren atraparlo. Su corazón se desboca, grita, golpea la puerta de la cocina con sus puños, la patea.
Su madre la abre: espero que hayas aprendido.
Se ve entrar con la cabeza gacha. Aliviado. Con vergüenza por los pantalones mojados. Y esa otra sensación densa, triste, de haber perdido algo irrecuperable…, que ahora comprende.
Quizá, si esta noche su niño saliera del rincón…
Rosa Mazzeo
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