Taller Literario
PEẄUN. Primavera. Tiempo de hacer brotes

Es el emerger del conocimiento en el viejo tronco de la sabiduría ancestral que se convierte en VERBO y PALABRA
La Palabra es el instrumento humanizado con que podemos terminar de hacernos o crearnos a nosotros mismos.
Revelarla, es darnos cuenta de la capacidad que tenemos de destilar su significado, de cómo y cuánto formamos parte de ella, de su poder energético. Y re-crearla. Porque cada uno de nosotros, que la identificó concreta y común en el afuera, la tiñe, la modela en su adentro, con colores y dimensiones que tienen que ver con su propio paisaje de sentimientos.
Encontrar las propias palabras es un proceso más alquímico que pedagógico, es el arduo trabajo de destilar el significado de las experiencias, la trascendencia de los detalles finos y hondos que se entretejen por debajo de la superficie de las cosas.
Descubrirlas, es descubrirnos. Conocer las propias emociones, reconocerlas mientas ocurren; saber qué estamos sintiendo, sin confusiones ni disfraces. Manejarlas. Poder expresarlas. Escribir.
Los portadores de la palabra oral, y luego los escritores, han tenido la valentía y la audacia de desnudarse frente al espejo en el que nos reflejamos todos. Por empatía o por rechazo, pero siempre revelador: no soy dueño del dolor ni del miedo, otros sienten, distinto, pero igual que yo.
Ése, es el instante en el que brotan las gemas. Sobre tus propios textos comienza la experiencia de a-prender las formas de expresarse, y con ellas el dominio de las reglas y las técnicas; la diferencia entre cuento y relato, poema o prosa poética… Y la rama sea árbol, frondoso y cantarino.

domingo, 2 de septiembre de 2012

"Una muralla" Autora: Rosa Mazzeo


Una muralla 

Es noche cerrada, un viento cada vez más fuerte mueve las ramas de los árboles.  Se tapa los oídos para no escuchar.
Pero de pronto, un relámpago ilumina el cielo. Cierra los ojos para no ver las sombras que lo amenazan, a pesar del frio transpira. Cuando escucha un trueno y comienza a llover torrencialmente.
Le falta el aire, siente que una puntada en la mitad del cuerpo, le libera una humedad tibiaque corre por sus piernas…
Y Javier  despierta.
Respira agitado. ¡Otra vez ese maldito sueño!, hace años que no lo deja en paz. Está más cansado que cuando se acostó.
En la cocina, su madre, apurada, le sirve el desayuno.
Lo toma en silencio, la cabeza gacha, sin haber podido dejar aquel sueño en la almohada. Mientras, supone que ella debe pensar que su hijo siempre fue un chico extraño, distante, al que no se le ocurrió tratar de entender; quizá crea que algún día cambiará.
Hoy, como cada vez que sufre aquel sueño, lo separa el muro que se levanta entre  los dos. Igual que aquella vez, sintió que su madre lo arrojaba de sus propias entrañas.  Nunca pudo contarle su angustia. Le hubiera gustado  pero siempre fue inútil intentar abrazarla, sus brazos no lo obedecían, ignorándolo,  permanecían inertes al costado del cuerpo.    
La observa lavar las tazas y salir de prisa. Contesta el saludo, pero no puede seguirla, está clavado allí, frente a ese muro.
Y es un nene de cinco años, en una de esas dos casas por cuadra. en Gral Rodríguez Su mamá, está nerviosa, más que de costumbre, ¿por qué se enojó?. Abre la puerta y lo echa afuera . Es muy tarde, no  hay  nadie en la calle, de tierra, detrás de los pastos altos… Se siente perdido en esa oscuridad, frente a la puerta.
El invierno se ensaña con su pequeño cuerpo, que no sólo ttiembla de frio. Pegado al suelo lo ahogan sus propias lágrimas. El viento agita las ramas de los árboles, y ve garras que quieren atraparlo. Su corazón se desboca, grita, golpea la puerta de la cocina  con sus puños, la patea.
Su madre la abre: espero que hayas   aprendido.
Se ve entrar con la cabeza gacha. Aliviado. Con vergüenza por los pantalones mojados. Y esa otra sensación densa, triste, de haber perdido algo irrecuperable…, que ahora comprende.
Quizá, si esta noche su niño saliera del rincón…

Rosa Mazzeo

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