Franca
Franca tiene sus cosas… pero sabe mucho, repetía Faustina. Sabe, Franca siempre sabe… repetía una y otra vez en cuanto tenía oportunidad.
Las dos solteronas, vivían juntas y eran las únicas que quedaban de los cinco hermanos Torres. En la vieja casona, los días y las noches se sucedían, casi sin modificaciones ni sobresaltos. Almorzaban a las doce hs. en punto, ya que Franca decía que cuando terminaba la novela de las trece hs, era hora de dormir la siesta, habiendo hecho la digestión.A las dieciséis hs., la pava debía estar humeante, para no perderse el programa de encuentros y parejas que, por cierto, no se cómo no les da vergüenza ir a la tele a buscar novio, decía, mirá esa vieja, la cara de loca que tiene, debe de ser una… YFaustina asentía con la cabeza.Después tejían, daban agua a las plantas, pero con la regadera, nada de manguera, porque podés echarles demasiada agua y las estropeás, la regañaba De avecinarse un chaparrón, Franca iba a buscar la palangana para juntar agua, porque era ideal para lavarse el pelo; nada mejor que el agua de lluvia, Faustina, ¡va a llover, apurate a traer tu palangana!!!, le gritaba. A las diecinueve hs, la cena, por supuesto siempre sin ajo, ya que hace unos años atrás Franca tuvo una acidez que la mataba, y descubrió que era el ajo. Vos tampoco lo comas, si me hace mal a mi, te va a hacer mal a vos, le advirtió a su hermana, así que Faustina lo sacó de la lista de compras sin dudar.
Luego de la cena, le daban de comer a Duque, un perro viejo, canoso y reumático, que las miraba por el rabillo del ojo como cansado de escucharlas.Después, el noticiero y a la cama.
Cierta noche, según Faustina, debió ser Duque el que habría tenido un ataque de locura, tiró las macetas del patio, desenrolló la vieja manguera y la llevó de un lado a otro, formando ondulaciones montañosas, de seca que estaba la goma.
Franca se levantó primera, como siempre, al salir al patio, se enredó los pies con el reptil gomoso y se cayó, pegándose la cabeza contra el cantero.
No hubo nada que hacer. Murió instantáneamente. Por lo menos no sufrió, se consolaba Faustina.
Al día siguiente después de volver del cementerio, Faustina se fijó en la hora, todavía alcanzaría a ver el programa de encuentros. Puso la pava. ¿Viste?, es cierto, tiene cara de loca esa vieja que busca novio en la tele, murmuró. Cuando escuchó un trueno: ¡ya va!`¡ya va!, que la hizo levantar presurosa para buscar las dos palanganas y sacarlas al patio.
Alicia Graziano
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